Abr 17 2013
DE MANANTIALES, FUENTES Y POZOS DE LA PUEBLA DE CAZALLA (VI): EL POZO DE MAGAÑA
Aunque la mayoría de nuestros lectores lo habrán visto alguna vez, quizás solo unos pocos sabían que eso que veían como una gran higuera situada sobre una barranquilla escondía en su interior el pozo de Magaña, un pozo situado en la margen derecha de la carretera de La Puebla a Villanueva de San Juan, a unos 3 kms de la Fuente Vieja justo a la derecha de la salida hecha por la curva para bordear el cerro de las Pilas y como a medio km antes del cortijo del Caracol. Distará un tiro de piedra del camino desde donde es perfectamente visible, no el pozo en sí sino la enorme higuera que le da cobijo así como el canalillo de mampostería que, como buen labrador, en tiempos mandó componer Francisco el Aperaó, para que en los años largos de agua el remanente del pozo no viniera a encharcar el sembrado de los alrededores.
Localización en el mapa del emplazamiento del pozo de Magaña. Para ampliar la imagen y tener mejor acceso a los detalles de la misma basta con cliquear sobre ella
En la década de los 60 del siglo pasado dio comienzo en toda España un proceso paulatino pero creciente de introducción de productos químicos en la agricultura para intensificar la producción, y lo más probable es que después del tiempo transcurrido desde entonces hasta la actualidad, dicho proceso haya provocado que la potabilidad de sus aguas no sean las mejores, sin embargo, éstas que provenían del pozo de Magaña fueron en sus tiempo muy apreciadas entre los moriscos de La Puebla y de las casillas, cortijos y ranchos vecinos, teniéndolas todos de entre las más afamadas del término y las mejores, junto con las que provenían de la lluvia, para echar los garbanzos del puchero. Para este último menester, si alguien tenía que elegir entre el pozo Marco y el pozo de Magaña, elegía sin duda el último.
Claro es sin embargo, que en la época en que esto sucedía, el pozo de Magaña ni siquiera tenía todavía este nombre y se le conocía con el mismo que el del cerro en cuyo borde se asienta, o sea, pozo de las Pilas, el que le damos hoy comenzó a usarse aproximadamente desde la década de los años 30 del siglo XX y ello se debió a que en sus inmediaciones se estableció en una choza, o más bien sombrajo, un personaje singular del que lo tomó. Este personaje era Juan Magaña (Magaña es apellido y no apodo aunque en La Puebla seamos tan aficionados a los mismos y muchos piensen que lo es) y desde su muerte, acaecida entrada ya la década de 1.940, ocupa un lugar en el imaginario colectivo de nuestro pueblo aunque esto puede ser compatible con que las nuevas generaciones estén empezando ya a olvidarlo.
Retrato que se conserva de Juan Magaña, pariente de la Núñez de la calle Granada que componía los huesos rotos o fuera de su sitio. Su lema, que llevó adelante hasta las últimas consecuencias y que ha quedado en la memoria colectiva fue: <<A quien me pegue, le pego>>
Pero ¿quién fue este señor Magaña que aparece en la fotografía y le dio nombre al pozo? para responder a la pregunta digamos que el acercamiento a su persona admite dos planos superpuestos, pero al mismo tiempo diferenciados, que conviene tener en cuenta y no confundir, por un lado está la persona y los escasos datos biográficos que de la misma hemos podido rescatar del olvido y, por otro, basada en la singularidad de algunos aspectos de esa biografía, la rica gama de significados sociales de la misma con la importante función identitaria que éstos cumplen.
Magaña fue, como tantos en la época que le tocó vivir, un jornalero del campo, más que probablemente analfabeto, que se ganaba la vida desarrollando las diversas faenas agrícolas: la memoria sobre todo lo recuerda trabajando en la finca El Caracol donde empezó como gañán y luego en su madurez desempeñaría las labores propias de cualquier peón como la yunta, la siega, etc., tanta fue la relación que tuvo con los aperaores y la protección de que gozó por parte de éstos que le cedieron junto al pozo, y en los terrenos de la finca, un espacio donde establecer su choza y vivir cerca de donde tenía habitualmente su trabajo. Otras veces dormía en la gañanía del cortijo o en la casapaja haciendo las veces de guarda de la misma.
Vista de la finca El Caracol en cuyos terrenos está situado el pozo que es desde donde está tomada la fotografía. Su apariencia actual es muy reciente pues obedece a una notable remodelación y restauración que han llevado a cabo sus actuales propietarios los hermanos López Benjumea, nietos de los que lo eran en la época de Magaña. Para ampliar la imagen se puede cliquear sobre la misma
Hasta ahí una vida perfectamente intercambiable con la de cualquiera de sus compañeros, sin embargo algo había en él que lo hacía profundamente diferente al resto pues entre las brumas del tiempo, todavía podemos vislumbrar una chispa que brilla por sí misma y aún no se ha apagado del todo, es la chispa que nos sirve para reconocer al rebelde de nativitate, al que lo es con autenticidad y no solo hasta que se acomoda, al rebelde que no puede ser otra cosa porque su rebeldía no lo consiente y antes buscaría la propia aniquilación.
<<A quien me pegue, le pego>> ésa era, según una propia y reiterada declaración personal, la esencia de su credo y tan fiel fue al mismo que en una época como la que le tocó vivir, donde tan frecuente era el abuso y la violencia contra los débiles, y él pertenecía sin ninguna duda a esa clase, lo llevó hasta sus últimas consecuencias. Se cuenta que estando en el servicio militar, en unas circunstancias que la leyenda no aclara, Magaña recibió unos golpes propinados por un superior a los que respondió tan contundentemente que si no se lo quitan de delante tal vez a ambos les hubiera costado la vida, al primero por mano de nuestro paisano y a éste por el pelotón de fusilamiento.
Panorámica del cerro de las Capoteras, en terrenos de El Caracol, donde Magaña trabajó de jornalero
De lo que no lo libró nadie fue de una dura condena en un presidio militar durante la que perdió no solo su libertad sino tal vez la razón. Pero no su rebeldía, cuando vino ésta seguía no solo intacta sino quizás más radical que nunca porque fue un hombre que se cuestionó, de modo práctico y en su propia vida, el orden mismo del universo. Magaña dejó de comer caliente y con frecuencia la carne la ingería cruda compartiéndola con sus animales, una multitud de perros y gatos que encontraba cobijo en su sombrajo junto al pozo. Allí colgadas en las ramas de la higuera que aún existe hoy aunque salvaje, quien pasaba por las cercanías podía vislumbrar de vez en cuando los restos de una liebre a medio desollar destinadas al propio consumo.
Dos de los perros eran sus preferidos, uno blanco al que llamaba Carbonero y otro negro al que puso Palomo, subvirtiendo a su modo la lógica natural. Cuando venía a La Puebla a hacer algún mandado, colocaba a su burrita un aparejo que llenaba con cintas y colgajos, recojidos ni se sabe dónde, y que llamaban como era de esperar la atención de todos, en particular de los niños de los que recibía frecuentes puyas, y de cuando en cuando alguna pedrada, amparados en que al final de su vida perdió vista y no podía distinguir bien su procedencia.
Con Magaña nadie quería trabajar, ninguno de los jornaleros del cortijo consentía en ser su pareja y eso obligaba a los aperaores a ponerlo solo con la yunta o sin cuadrilla en la siega. Ninguno bebía de donde él bebía y el pozo, tan apreciado antaño por la finura de sus aguas, dejó de ser utilizado porque Magaña y sus animales estaban allí. No podemos saber cómo se vive con este aislamiento, tal vez en realidad no se puede vivir y por eso no tardó mucho en morirse, quizás, no podemos saberlo tampoco con seguridad, entre los 50 o 60 años según la apreciación de quienes le conocieron.
O risa o desprecio por los muchos, y tal vez compasión y lástima por unos pocos, es posible que este fuera un balance relativamente exacto de lo que se sentía por él. También es posible, sin embargo, que ni los unos ni los otros fueran conscientes de lo que Magaña les daba a ellos, de que recibían de él una mercancía que no tiene precio, la que les permitía sentirse mejores que él, la de al menos no ser los últimos de la fila, incluso la de igualarse con los de arriba por oposición común a la otredad brutal de su forma de vivir extravagante y fuera de los cánones establecidos. Era un hombre que no respetaba el Orden y le fue mal, qué gran ejemplo ofrecía de que no hay camino posible sino el de acatar el Orden, qué gran argumento en favor de la sumisión, qué complacencia en la misma gracias a Magaña. Cuando después de echarlo de menos dos o tres días seguidos en El Caracol, unos gañanes lo encontraron muerto en su choza, las alimañanas le habían comido parte de las extremedidades y las entrañas.
A continuación os ofrecemos un álbum de fotografías donde se muestra el estado actual del pozo.
Sé otra cosa sobre Magaña, resulta que una noche lo pusieron en El Caracol de guarda en en un pajar. Era una noche de tormenta y al pajar llegó uno en busca de refugio al que Magaña le dio el alto, el otro con el ruido de los truenos y del agua cayendo no lo escucharía y entonces Magaña sew fue en busca de él y le abrió la cabeza con el cabo de un escardillo que llevaba. No lo mató de milagro
Los recuerdos que tengo del Cortijo El Caracol, era cuando iba con Miguel Andrade (hijo de Francisco el “Aperao” a coger caracoles, en una zona denominada “los tarajes”, soliamos ir los sàbados o domingos al amanecer, en primavera-verano, aún percibo la frescura que emanaba del lugar a esas horas de la mañana. Una vez recogido un par de kilos cada uno, del apreciado molusco, y antes del que calor apretara, nos dirijiamos al cortijo a reponer fuerzas y a beber un poco de agua. A la entrada del cortijo y a mano izquierda se encontraba una cantarera con un par de cantaros, también se encontraba allì el Casero, hombre de caràcter noble y tranquilo. Del cortijo que conocí al que he visto en la fotografia, hay mucha diferencia, (claro que hablo de los años 70 o quizas un poco antes) no estaba ni el torreón ni la nave que le sigue.
Saludos a los moriscos ausentes. en los que yo también me encuentro.
Paco Márquez
Os dejo unas letras que hice por Tangos de Málaga, que yo titulo “Tangos de Magaña”
Había en La Puebla dos pozos
cerquita del Caracol,
los de Marcos y Magaña,
¡qué buenos eran los dos!
El agua del pozo Marcos
era buena pal puchero,
y en el pozo de Magaña
llenaban los arrieros.
“Al que me pegue le pego”
así decía Magaña,
a nadie le tengo miedo
ni en La Puebla, ni en España.
Las historias de mi Pueblo
se contaban en cortijos,
y por eso no se pierden
pasan de padres a hijos.
Yo e bebido agua del pozo de Magaña ara cerca de 50 años ya que yo igual que mi padre y barios mas ivamos a trillar al rancho de orene ya que estas tierra eran de José maria Valera primero trillavamos las de el hemano don Antonio Valera y despue ivamos a orene y en ses cortijo no havia agua potable y en a que rancho el encargado que era Diego el Marchenero era quien traiá el agua del pozo de Magaña y en pleno verano hacia mucha calor y para refrescarno nos echavamos alguna por encima y cualquiera aguantaba al aguaó como es normal, poreso si quiere sabe quien el aguao rama el agua.
Quiero recólda una cosa que ablavan en la cocinilla del cortijo de Don Antonio Valera bueno unas de las tanta cosa como se ablavan y me refiero a un dia que fue Magaña a la lantejuela y llego temprano y entro en un bar y se cento en una silla y le dice uno del pueblo oiga esa silla es de madruga y le dijo el esta vacia y meciento yo al ratillo llego madruga y se fue enbusca de el i ledice oiga esa silla es de madruga y no se sienta nadie y cuando madruga no avia terminado ya te nia dos puñetazo encima, y tubo que ir Francisco el aperao el padre del que estuvo ultimamente a sacarlo de la carce ya que lo detuvieron unos dia esto lo contaba personas mayores si mal no recuerdo unos de ellos era el padre de Serbando Cabello y contaban que si era muy vragao, un saludo de un Morisco
He leido el articulo de este señor, y en uno de ellos habéis puesto que empezó en El Caracol, como gañán, y más abajo pone que, en su madurez desempeñaría las labores propias de cualquier peón, como la yunta, la siega, etc.
Pues al leerlo me ha chocado algo porque gañan es la persona que ara la tierra, así como la yunta, que se supone que es para arar también. Y el que manda en los gañanes, es el capataz. En las labores del campo el capataz es el único que se llama así, tan sólo para mandar en los que aran. Después en los demás trabajos del campo los que mandan son los manijeros. También son llamados capataces a los que mandaban en las cuafrillas que arreglaban las carreteras y me supongo que habrían otros, pero para los que araban eran capataces.
En mi casa yo me sonreía muy a menudo al ver una cuchara de mi hermano 2 años mayor que yo, y al preguntar el por qué estaba de esa manera me dijo que porque cuando araba y comía por las noches en el cortijo el puchero en la gañanía con los gañanes, tenían por costumbre comer de la misma olla todos y por ello a medida que la olla se iba quedando vacía se había de meter la cuchara en vertical y de ahí mi sonrisa cada vez que la veía. Yo he arado unos 12 días en total pero por la tarde volvía a casa y el puchero me lo comía en casa. Estuve varios días en Birrete y en Los Santos. En Birrete estaba de capataz un tal Rosa o de La Rosa, que marchó a Cataluña y en Los Santos estuve con Moya, suegro del Porras. De esos días de arar tengo muy vivos los recuerdos porque ya el primer día me pasó de todo lo habido y por haber como novato que era. Desde entonces me dí cuenta de que los animales son muy listos y se dan cuenta rápidamente del tontorrón que llevan detrás.
Bueno también recuerdo a La Coronela, que por entonces tenían el capataz, manijeros, aperaor, escribiente, administrador, el señorito, etc. También me acuerdo que en los cortijos habían los llamados chiquichanca, que éstos servían lo mismo para un roto que para un descosío o, lo que es lo mismo, te mandaban hacer de todo.
El otro día contaba que yo he trabajado unos 130 días en el campo contando 80 días en coger aceitunas un par de años, pero se me olvidó decir que había estado 4 días guardando cochinos en La Venta la Romera. Y de esto no me acuerdo de mucho pero sí de dos o tres cosas muy importantes.
Fue al par de meses más o menos de haberme salido del Seminario, cuando mi hermano vino un día del cortijo antes mencionado a la vestía y me entero de que tenía que buscar a un par de personas a un zagal y otro más joven para los cochinos. Al oírlo le dije que yo iría y me dijo que no, que yo no sabía nada de nada y además que eso no lo podía yo hacer. Mi madre decía que nanay también, pero yo erre que erre y que como no hacía nada en casa por probar que no quedara. Al final gané yo y allá que fui junto a un vecino de un par de casas más abajo de la mía. Yo ya tenía 13 años y pico y mi vecino unos 8 y pico. Así que al día siguiente lo primero que nos mandaron hacer fue limpiar las zahurdas de los cochinos que eran unos 200 y que ese día también era el primer día que salían al campo porque eran del destete o qué se yo. Y anda que no quitamos mierda y meadas, llenando varios carrillos y llevados al estercolero que había cercano. Ahí ya estaba yo pensando que si yo hubiera sabido que había que sacar la mierda me lo hubiera pensado, pero en eso no había caido. Luego los llevamos al campo y en vez de manternerlos a ellos a raya, quienes nos mantenía a raya era a nosotros que no parábamos de correr para todas partes y no paramos de correr en todo el día. Así que terminábamos el día derrengados de tanto trapichear de aquí para allá. Hasta hubo una tarde que esa la pasamos tranquilamente porque los metimos en una cantera y ahí descansamos de lo lindo, lástima me parece que ese fue el cuarto día. Pero cada día tuvimos que limpiar la zahurda y recuerdo que nos poníamos el pañuelo tapándonos nuestras bocas y narices porque aquello era irrespirable. Me supongo que yo pensaría aquéllo de: ¡Vaya carrera más bonita he comenzado! Recuerdo por ello que ganaba 35 ptas. cada día que descontando 10 ptas de las costas, fueros 25 ptas. netas. En total 100 ptas, del año 1957 o principios del 58. Quedé de los cochinitos hasta la coronilla. Eso sí aprendí un montón y, sobre todo a ser una persona humilde y sencilla, que es al fin y al cabo lo que te enseñaban en el Seminario, pero de otra manera distinta. Allí estudiabas 4 horas y otras 4 de clases. Aquí 8 horas aguantando el chaparrón. Allí ibas aprendiendo, pero aquí lo tenía que haber sabido y como no sabía nada, pues a aprenderlo rápidamente. Y vaya si aprendí y, sobre todo a que no se me haya olvidado nunca.