Feb 11 2012

EL FOLCLORE DE TRADICIÓN ORAL EN LA PUEBLA DE CAZALLA (I): UNA APORTACIÓN DE MENÉNDEZ PELAYO A NUESTRO ROMANCERO

Publicado en CULTURA,LA PUEBLA

En la actualidad, pertenece a la común consideración el que no se admitan dudas sobre que el romancero sea uno de los contenidos más valiosos de nuestro acervo cultural tradicional, por más que el maestro Caro Baroja ya denunciase en su Ensayo sobre la literatura de cordel la cierta impostura “de quienes, además de esgrimir razones morales contra ella, esgrimieron razones de tipo estético, para considerarla despreciable: razones de <<mal gusto>>”. (Pág. 22).

Se llama romancero al conjunto de todos ellos o bien a una colección parcial de romances, siendo éstos una composición poética formada por versos, generalmente de ocho sílabas aunque no necesariamente, cuya rima es asonante en los pares. Pueden tratar temas muy variados pero en un gran número de ocasiones lo hacen desde una óptica popular, se trata, así pues, de una métrica muy del gusto del pueblo, que se puede recitar o incluso cantar fácilmente y prueba de ello es que hasta el flamenco tiene un palo que recibe el nombre de romance.

Desde la Edad Media hasta prácticamente los años 40-50, la difusión de los romances se hacía en gran medida de dos formas: o a través de los ciegos que iban de lugar en lugar, sobre todo en ferias y mercados, recitándolos o cantándolos y señalando mientras tanto en un cartelón viñetas alusivas a lo que el romance contaba, o bien se adquirían estas coplas en pliegos que se vendían colgados de unas cuerdas en los mercados o portales por lo que también se vinieron en llamar pliegos de cordel; en cualquiera de los dos casos el resultado era que muchas personas terminaban por aprendérselos  de memoria de oírlos o leerlos repetidamente contribuyendo así a su difusión.


Cartelón con un romance de ciego

Así pues, aunque en el último medio siglo hayamos presenciado una serie de cambios sociales, económicos y tecnológicos que han configurado en gran parte un mundo que en numerosos aspectos se parece poco al de las generaciones anteriores, no cabe ninguna duda de que los romances, las coplas, los cantos, las melodías y otras manifestaciones de la literatura y las artes populares que formaban parte de ese mundo desaparecido, ocupan con todo merecimiento un lugar destacado dentro del patrimonio cultural, un lugar que merece ser preservado tanto por su valor intrínseco como por su capacidad de evocarnos y darnos a conocer el universo del que proceden.

A estos efectos, en nuestra localidad tenemos suerte pues ya desde hace unos años contamos, a cargo de D. Juan Pablo Alcaide Aguilar, con la obra El romancero. Tradición oral moderna en la Puebla de Cazalla. Este autor, aunque marchenero de patria, lleva afincado entre nosotros bastante años ejerciendo una fecunda labor docente como profesor de Lengua y Literatura de numerosas hornadas de nuestros jóvenes y, en consecuencia, estamos seguros de que él sería el primero en estar de acuerdo en que lo consideremos como un morisco más.

En el mentado libro, además de una introducción filológica, el autor nos ofrece una recopilación de hasta 47 romances (contando las variantes) recogidos a diversos informantes moriscos de todas las edades, lo que demostraría la perviviencia de estas piezas también a través de otros contenidos del folk-lore como los juegos infantiles; en su conjunto forman un corpus romancístico que el autor se inclina a organizar por temáticas como: amor fiel, adulterio, aventuras amorosas,  incestos, de devoción religiosa, etc.


Portada del libro sobre el romancero de La Puebla de Cazalla

En la entrada de hoy lo que os ofrecemos, tal y como su título indica, es la presentación de dos romances no incluidos en el catálogo anterior, que el ilustre D. Marcelino Menéndez Pelayo (1.856 – 1.912) acaso uno de los mayores sabios que haya dado nunca España, da a conocer en su obra Antología de poetas líricos castellanos en donde nos dice que los romances en cuestión, proceden de la colección manuscrista del insigne polígrafo ursaonense D. Francisco Rodríguez Marín. Su temática presenta en ambos casos bastantes dosis de truculencia y se hace por consiguiente muy del agrado de cierto gusto popular. El primero de ellos, a lo que se puede juzgar por su lectura, sería un fragmento de la composición original, que seguramente era más larga, y dice así:

“Carmela se paseaba—por una sala adelante,
con los dolores de parto,—qu’ er corasón se le parte.
—¡Ay, Dios mío, quién tubiera—una sala en aquer baye
y por compaña tubiera—a Jesucristo y su madre!
La suegra que la escuchaba—qu’ era dina d’ escucharse (are?)
—Carmela, coge tu ropa;—bete a parí en cá e tu madre;
si a la noche biene Pedro,—yo le daré de sená;
si me pide ropa limpia,—yo le daré pá mudá.—
A la noche viene Pedro:—¿Mi Carmela, donde ‘stá?
—Carmela está con su madre;—que m’ ha tratado muy má;
que m’ ha puesto de tunanta—hasta el último linaje.—
Monta Pedro en su cabayo—con su moso por delante;
a la salida der pueblo—s’ ha encontrado a la comadre.
—Bien benido seas, Pedro;—ya tenemos un infante;
del infante gosaremos;—de Carmela, Dios la sarbe.
—Lebántate, mi Carmela.—¿Cómo quiés que me lebante?
De dos horas de parida—no hay mujer que se lebante.
—Lebántate, mi Carmela,—no buerbas a replicarme.—
S’ ha lebantado Carmela—con su moso por delante;
han andado siete leguas—uno y otro sin hablarse.
—¿Por qué no hablas, Carmela?—¿Cómo quieres que te hable,
si los lomos der cabayo—ban bañados en mi sangre?
—Confiésate, mi Carmela;—qu’ a mí me confesó un padre,
que detrás de aqueya ermita—hago intensión de matarte.—
Las campanas d’ aquer pueblo—eyas solas se combaten.
—¿Quién s’ ha muerto, quién s’ ha muerto?—La princesa de Olibares.
—No s’ ha muerto, no s’ ha muerto;—que l’ ha matado mi padre,
por un farso testimonio—qu’ han solido lebantarle.
Una agüela que yo tengo,—rebiente por los hijares.
—M’ espanta qu’ hable este niño—tan chiquito y de pañales”.


Fotografía del ilustre humanista español D. Marcelino Menéndez Pelayo

El  segundo de los romances siendo del mismo tenor que el primero, un asesinato que se da a conocer mediante un hecho prodigioso, trata nada más y nada menos que del infanticidio, crimen cuya aparición en el romancero en absoluto es rara. Tiene el mismo origen que el anterior, ya ha quedado dicho, o sea que también procede de la colección de Rodríguez Marín que por su nacimiento y residencia durante años en Osuna conocía bien el folclore de la comarca sobre el que hizo muchas observaciones y anotaciones. Ésta es la transcripción con la que se presenta:

“Un padre tenía un hijo—y le cuenta lo que pasa:
—Escucha, padre querido,—escucha, padre del arma,
…—que la fiera (sic) ha entrado en casa
y se ha acostado con madre—en su regalada cama.—
El padre no se hacía caso—de lo que el niño le hablaba;
se le ha ofrecido un viaje—de Cádiz para Granada,
por una poca de seda—de aquella más encarnada.
Mientras qu’ er padre fué y bino—ar niño lo degoyaba,
con un cuchiyo de asero—que le traspasaba el arma,
y le sacaba la lengua—y a los perros se la echaba;
los perros son tan humirdes,—der suelo no la lebantan.
De las entrañas der niño—hiso una gran casolada,
pá cuando biniera er padre—el lunes por la mañana.
Al otro día temprano—er padre a la puerta yama,
lo primero que pregunta—por su hijo de su arma.
—Siéntate, Francisco, y come,—que er niño en la caye anda
y como es tan pequeñito,—en los mandados se tarda.
Echando la bendisión,—la carne en er plato habla.
—Detente, detente, padre,—que comes de tus entrañas;
que esta madre que yo tengo—meresía degoyarla
con un cuchillo de asero—que le traspasara el arma.—
Oyendo la madre esto—se ha enserrado en una sala,
yamando ar demonio a boces—que la saque de su casa.
Er demonio es tan astuto—que tras de la puerta estaba:
¿Qué quieres, mujer de bien,—que tan aprisa me yamas?
—Que me agarres por los pelos—y me arrastres por la sala
y me yebes al infierno,—que ayí penará mi arma.
La ha agarrado por los pelos,—l’ ha arrastrado por la sala,
cuando bino la justicia—se jayó aún cuerpo y arma;
en una sarta e pimientos—donde eya se recreaba,
en una siyita chica—donde er niño se sentaba”.



Ilustración entre las págs. 48 y 49 del libro citado de Caro Baroja, que representa un ciego recitador de romances cuyo zurrón contiene los pliegos de los mismos. Lo que el lazarillo lleva en sus manos puede ser así mismo un pliego de cordel.

Con el artículo que acabáis de leer, amigos, hemos inaugurado una nueva tópica en nuestro blog en donde sucesivamente iremos recogiendo diversas producciones, sobre todo de literatura oral que, usando de nuevo palabras de Caro Baroja, muchas veces reflejan como hemos visto en estos dos romances “las pasiones más populares…Es lo que se ha seleccionado oscuramente para o por el pueblo, lo que se ha creado deliberadamente, por él o para él, atendiendo a criterios que no son fáciles de comprender por ciertos críticos, por ciertos moralistas, por ciertos historiadores“. (Pág. 435). Como de costumbre, nuestra mayor satisfacción será contar con vuestra aprobación por el trabajo realizado. Gracias, amigos lectores, por acompañarnos cada semana.

FUENTES:

ALCAIDE AGUILAR, J. P. El romancero. Tradición oral moderna en La Puebla de Cazalla. Ed. Ayto – Caja San Fernando. Sevilla 1.992.

CARO BAROJA, J. Ensayo sobre la literatura de cordel. Ed. Revista de Occidente. Madrid 1.968.

MENÉNDEZ PELAYO, M y José Rogerio Sánchez. Antología de poetas líricos castellanos desde la formación del idioma hasta nuestros días. Vol. 10. Ed. Hernando, Madrid 1.900. Págs. 191 y 195.


3 comentarios

3 comentarios en “EL FOLCLORE DE TRADICIÓN ORAL EN LA PUEBLA DE CAZALLA (I): UNA APORTACIÓN DE MENÉNDEZ PELAYO A NUESTRO ROMANCERO”

  1. Juan Pablo Alcaide Aguilarel 24 Mar 2012 a las 14:08

    No puedo tener más que palabras de agradecimiento al autor de este interesantísimo artículo que nos muestra unas nuevas joyas de nuestro Romancero, cargadas de belleza, de calidad y de un estado de conservación admirables. Lástima que versiones como estas (de tan extendidos y tan ciertamente truculentos romances como son “La mala suegra” y “La infanticida”, respectivamente) sean tan difíciles de encontrar hoy en día en tan maravilloso estado de conversación como las que el sabio autor de este artículo nos muestra (¿será ello muestra de la que se ha venido en llamar “la eterna agonía del Romancero”?)
    En nuestra comarca solo conozco de primera mano alguna versión truncada de “La mala suegra” en la localidad vecina de Arahal y otras mejor conservadas de “La infanticida”, en Paradas y Arahal, que no llegan a la calidad de estas tan genuinas y completas versiones que nos muestra el autor de este articulo.

    Enhorabuena por este estudio y también a todos aquellos que en este blog publican.

    Gracias y enhorabuena,
    Juan Pablo Alcaide.

  2. Juanel 13 Feb 2012 a las 18:38

    Siguiendo con el comentario anterior, otro nombre que nos ponían y éste muchísimas veces es el de Paso, por lo que se había de tener mucho cuidado porque de hecho se euivocaban muchas veces. Otra era que al pronunciar Pazos y comernos la s final era también síntoma de que te podían cambiar el apellido, por lo que, aunque parezca mentira este apellido ha sido siempre para nosotros un tema de mucho cuidado y, como digo aunque parezca mentira y además por ser muchos hermanos que ésa es otra. Y no es que te lo cambiaban en La Puebla, sino también aquí en Cataluña. Menos mal que todos nos pusimos de acuerdo cuando teníamos que hacer algo oficial, porque si no, no se terminaba nunca con el papeleo de tener que cambiarlo. ¡Increible!

  3. Juanel 12 Feb 2012 a las 18:20

    Esto del romancero está muy bien, pero leyéndolo se me ha venido a la memoria que, en La Puebla cuando yo era un niño más de una vez ví en la puerta de la plaza cantando aquellas cosas que más bien eran sucesos acaecidos de bastante importancia como por ejemplo la vieja la hacha, cuando mató a su marido y otros sucesos de igual o parecidas circunstancias que más bien me ponían la carne de gallina y a su término de la canción que era cantada por varias personas, nos vendían unas especies de cuartillas con las letras y creo recordar que algunas personas las compraban. Estas personas me parece que venian de fuera y eran parecidas a los charlatanes cuando llegaba la feria que se le hacía un corro y allá se veía a aquel hombre el querer venderte todo lo que llevaba, pero éstos eran más divertidos y te hacía reír, al, contrario de aquellos cantantes que te ponían más bien triste de aquellos asesinatos y cosas por el estilo.
    También al leerlo, se me ha venido a la memoria la manera de escribir que tenían por entonces que, para hoy parece ser que fueran faltas de ortografía, pero que por entonces no lo era porque el lenguaje era muy diferente al de ahora, aunque me supongo que algunas palabras no serían las correctas y pienso que por lo poco leidos que eran por entonces. Y ya pensando en aquella época de que eso sería así, hoy día pasaría igual por ejemplo con nombres propios y ahora me refiero al apellido Ortí, que he conocido a otros por Ortín y a otros por Ortiz y me da la impresión que cada uno lo escribía a su manera o, siendo analfabeto se lo decía a una persona que lo escribiera y ésta lo pondría a su manera de entender. Y eso me parece que es así, porque recuerdo una vez que vinieron a La Puebla para hacer el carnet de identidad y al preguntar cómo se llamaba uno, aquellos escribientes lo interpretaban de una manera porque de hecho no preguntaban nada más y cuando ya estaba hecho el DNI, el daño ya estaba hecho. El apellido había cambido. Y eso me ha ocurrído a mí en alguna ocasión pero yo tenía la costumbre de deletrar mi apellido Pazos, pero algún hermano mío no, y entonces hemos tenido que ir a cambiarlo porque unos habian puesto Pazo, otros Pozo y otro Piso. Años más tarde, eso no ocurría porque la persona tenía que rellenar un papel, pero se daba la circunstancia de que el que era analfabeto se lo tenían que rellenar y ahí otra vez podría pasar. Sea como fuere, cuando uno lee un texto de aquella época, muchas veces no se entiende muy bien su significado tal como hoy día. Y ahora estoy recordando algunas lecturas de Quevedo y Cía, y me cuesta trabajo el comprenderlas por lo que, a veces he dejado de leerlas. Y, si más antiguo, menos aún.

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