Nov 28 2009

DE CABAÑUELAS EN LA PUEBLA DE CAZALLA: UN SABER POPULAR SOBRE METEOROLOGÍA

Publicado en ARCHIVOS,FONOTECA

Las sociedades tradicionales agrarias, como era la de La Puebla, siempre han mantenido una estrecha dependencia de la naturaleza y sus cambios, por ese motivo han necesitado desarrollar diversos tipos de saberes y tecnologías que les permitiera desenvolverse con éxito en medio de los mismos.

 

Uno de esos saberes es el relativo a predecir la meteorología futura, y con ello la posibilidad de elegir los cultivos más apropiados a las condiciones ambientales que iban a producirse, o determinar así  el momento más idóneo para las faenas agrícolas. El método de las cabañuelas es uno de esos saberes que nos queda explicado, en algunos de sus aspectos, en el archivo sonoro que hoy traemos al blog.

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2 comentarios

2 comentarios en “DE CABAÑUELAS EN LA PUEBLA DE CAZALLA: UN SABER POPULAR SOBRE METEOROLOGÍA”

  1. antonio sanchezel 08 Dic 2009 a las 12:17

    Juan he leído tu comentario con mucho interés y espero que podamos leer el libro completo al menos como ponen otros en esta página.
    Saludos y gracias

  2. Juanel 30 Nov 2009 a las 18:37

    Este comentario es un poco largo, ya que está sacado de un libro que hice hace varios años y trata sobre nuestra foronguilla, así que ahí va y espero que os guste.
    La foronguilla

    ¡Mirad! Primero tengo que decir que al emparejar con ella, me ha entrado un poco de tristeza, y ha sido al ver a la derecha de la carretera la casilla, que me parece que era de los Moncayos, que como vosotros habéis podido observar está toda derrumbada.
    Yo me acuerdo cuando pasaba por aquí a coger agua de la fuente, que casi siempre veía alguna que otra vaca a su alrededor y alguna cabra atada, y eso quiérase o no, le da a uno un poco de repelús o, por lo menos a mí me lo ha dado. Eso de tener una imagen y verla ahora completamente de otra, es para mí como digo bastante triste.
    Todos estamos de acuerdo con él y efectivamente a todos nos ha dado en qué pensar. Pero lo único positivo de ello, es que tal vez, no lo sabemos, es que ellos también habrán emigrado y podrían estar hoy día muy bien situados.
    Sí, pero aunque eso fuera así, dice otro, la cuestión es la que hemos visto y, desde luego, es un palo el verla tal como está.
    Bueno, dejando a un lado lo de la casilla, Antonio continúa y dice que para ir a la foronguilla, como él vivía en la Plaza Santa Ana, había más o menos un kilómetro de ida y otro de vuelta, y si había que dar un viaje se daba, y en muchos casos dos, pero como se era joven no había ningún problema y, como alguien de vosotros dijo, san se acabó no tenía vigilia.
    Pero yo tengo una imagen de la fuente, continúa Antonio, ya desde que tendría unos cuatro años y pico, y es que mi familia se llevaba la ropa para lavarla allí mismo en el riachuelo, que pasaba por delante, y que no sólo era la mía, sino que por entonces había muchas que hacían lo mismo, y los críos mientras tanto, correteábamos cerca jugando y saltando. Así que cuando terminaban de lavar una sábana o una manta, allá que se ponían entre dos personas a retorcer y retorcer exprimiendo para sacarle todo el agua, y luego las metían en calderas para llevarlas de vuelta y secarlas en casa, cuando no allí mismo.
    La Foronguilla, o así lo he pensado alguna que otra vez, es que en aquellos tiempos de mi niñez y juventud, parecía más bien un lugar como de peregrinación, y así no era extraño ver en muchísimas ocasiones, personas yendo y viniendo con los cántaros y garrafas ya llenos, y distinguiéndose a lo lejos en su manera de llevarlos, en si se era varón o hembra. Si se era varón, la costumbre era llevarlos en el hombro brazo en alto cogido por su asa, mientras que las hembras, se los ponían en los cuadriles, pero también había algunas, muy pocas, y tan pocas, que tan sólo conocí a una que se lo ponía encima de un rodete en la cabeza.
    Naturalmente, tanto los varones como las hembras, eran algunos muy jovencitos, pero aquello no era obstáculo para hacer aquel trabajo, y que como dije se había de ir varias veces durante el día.
    Y como todos nosotros vivimos unos cerca de otros dice Juan, y conocemos el percal, en ocasiones se había de tener mucho cuidado, porque había una bajada y una subida que nosotros la llamábamos pechete, al desembocar a la carretera, y había que ir con cien pares de ojos, para no resbalarse sobre todo si había llovido ese día. Desde luego, esa bajada y esa subida, la había para los que iban de nuestra zona.
    Todos estamos de acuerdo con ello y sigue Antonio con:
    Aparte de parecer que se iba de peregrinación, aquel camino hasta llegar a nuestra querida fuente, visto a través del tiempo, era una de las cosas más vistosas que se podían ver en la vida de un pueblo, y que se quedaron grabadas en nuestras mentes y que por entonces a pesar de verlas a diario, no le echábamos cuenta.
    Hoy día, al desplegar aquellos numerosos espejos, veo a las piaras de cabras de las muchas que había por entonces, yendo hacia el campo y volviendo ya por la tarde, y la primera y última parada era para beber en el pilar.
    Ahora estoy viendo cómo las cabras eran unos animales muy saltarines, y se subían a los bordes del pilar para beber, y los cabritos o chivitos, que eran más retozones aún, una vez después de beber, ya no paraban de saltar, y que para la vista de un crío era una delicia el contemplarlos.
    Veo también infinidad de reatas de mulos, sobre todo en verano, que pastaban de noche en el campo, hacer lo propio tanto a la ida como a la vuelta, y hay que ver la cantidad de agua que bebían de golpe, y había veces que se pegaban algunas sanguijuelas en sus bocas y eso era lo único malo.
    También, las personas que tenían tierras como algunos malletes y demás, iban con su burra, caballo o yegua, y en el serón llevaba uno o dos cántaros, que los llenaban para la ida y también a su vuelta.
    Y Francisco, ahora entra en conversación y cuenta, que él también tiene espejos de su juventud cuando iba a por ella, y que en infinidad de veces se había de guardar un poco de cola, pues había ocasiones que, aunque la fuente tenía por lo menos cuatro o cinco caños con sus grifos muy grandes, llegábamos varias personas casi al mismo tiempo y, cuando no el carro que se dedicaba a vender el agua que éste llenaba por lo menos doce cántaros y entonces era el momento de tener que esperar un poco, y en otras, era que el agua caía muy poca y se echaba mucho más tiempo.
    Ahora todos recordamos a la familia que vendía el agua, y el mismo Francisco, continúa y dice, que sea como fuere, nuestra fuente siempre nos trató muy bien, y aunque, la teníamos que maldecir por el trayecto tan largo que había, por el sol abrasador, y por el frío que teníamos que soportar, así como las inclemencias del tiempo, y por las veces que nos mojábamos los pies al llenar los cántaros, y otras partes del cuerpo cuando ya la llevábamos de vuelta, ella sabía que nosotros la amábamos mucho, y siempre nos correspondió dándonos el líquido tan preciado para nosotros en aquellos tiempos, y que jamás nos tuvimos que volver con los cacharros vacíos. Por tal motivo, nuestro recuerdo es de agradecimiento, y así cuando vamos a La Puebla, una de nuestras visitas, o por lo menos yo lo hago, es llegar como a inspeccionarla y escudriñarla, y con ello, calmamos nuestras ansias de contemplarla, y salimos reconfortados al ver que nuestros paisanos la han sabido cuidar como se merece, y a sus dirigentes, que, a pesar de que ya no necesitan su agua porque ya tienen todos los vecinos agua corriente en sus casas, hayan hecho una zona ajardinada en su trayecto, como en ella misma.
    Y ahora es Juan quien dice:
    Eso que acabas de decir, has hecho bien en decirlo en plural, porque es muy bonito, y naturalmente es así como vemos a nuestra fuente a través del tiempo, porque cuando teníamos que ir no la amábamos tanto. Eso sí, a veces, como decías tú, la teníamos que maldecir, porque yo recuerdo que mi madre, y mis hermanas, daban un viaje, y si no dos cuando tenían que lavar, y… mira, os lo voy a contar tal como creo recordarlo.
    Nosotros dormíamos en el patio desde la primavera hasta más o menos después de la feria, y entonces por las mañanas temprano, mi madre, a eso de las siete de la mañana, despertaba a mis cuatro hermanas, y junto a ella daban un viaje a la fuente y nosotros los pequeños nos quedábamos durmiendo. El caso es que varias veces, cuando llegaban ya de vuelta, más de una vez y medio dormido, les oí decir a una de ellas que le había llegado el agua hasta las trancas Y todo sabemos lo que quiere decir, ¿o no?
    Hombre contesta Manolo, yo lo de trancas recuerdo que se decía cuando un crío se había cagado, y como no sea a lo que me estoy imaginando, pues, no sé lo que es.
    Me parece que sí lo sabes contesta Juan, porque si no es por un sitio es por el otro. Así que lo que quería decir, es que como traían los cántaros en los cuadriles y por mucho que se llevaran un trapo para amortiguar el peso y por si goteaba, el caso es que muchas veces con los andares y demás, el agua goteaba y, pues eso, les había llegado hasta el chocho. Y además eso les ocurría con mucha frecuencia. Por lo que se ve, se supone, que los tapones no taponaban bien, y el agua se escurría muy a menudo.
    Llegado aquí, pregunta Antonio, que porqué se levantaban tan temprano y aunque yo era muy pequeño y no lo sabría en aquel momento, como es a toro pasado le digo que es porque se tenían que marchar a servir, y además aunque no fuera así, había un motivo que todo el mundo sabía, y es que después calentaba mucho el sol.
    Y además, la foronguilla continúa Juan, al mismo tiempo de darnos su bendita agua, nos enseñaba también la importancia del valor de su líquido, transmitido sobre todo por nuestras madres, y así, cuando la hacíamos valer o usar para una determinada cosa, no la tirábamos porque sí, sino que se le daba después múltiples usos, y con ello, al mismo tiempo, aprendimos y le supimos dar el valor exacto de su valía, y tanto es así, que para los que emigramos y vivimos en otras partes, siempre la llevamos y llevaremos muy dentro de nuestro corazón, por lo que, le damos las gracias y, desde luego su recuerdo será imperecedero.
    Ahora que nombras lo de la importancia del agua dice Antonio, recuerdo que mi madre cuando nos lavábamos la cara y las piernas en la palangana, siempre nos llamaba la atención de que no la tirásemos que ya se encargaría ella de hacerlo. Naturalmente, eso lo decía cuando éramos críos y luego ella con esa agua regaba la puerta de la calle, el corral o el patio.
    Pues mira, salta Manolo:
    Ya que has dicho eso de lavarse y lo del agua, os diré que mi madre, cuando nos lavábamos con jabón, lo que teníamos que tener presente es no tirarla en el sumidero, porque según ella, no le iba muy bien. Me parece que era porque el sumidero se llenaba antes, o algo parecido.
    Lo que no entiendo se pregunta Juan, continuando con la fuente, es porqué ahora le llaman la fuenlonguilla, como así pone en su avenida, cuando todo el pueblo la conoce por foronguilla.
    Y José, le responde que será porque se supone que ese ha sido siempre su nombre verdadero, aunque se lo deberían haber cambiado como han hecho con la calle Laguna, que siempre la llamábamos La Luna, y de tanto nombrarla de esa manera, pues eso. Es que suena fatal ese nombre, y sobre todo, a los que venimos de fuera.
    Y ya dando acabada la foronguilla, proponemos hablar de lo que comíamos por entonces y nos lanzamos a hablar sobre ello.

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